Las trampas de la memoria

20140902_181000         Una de las señales más claras del envejecimiento es la dificultad de retener en la memoria inmediata los nombres, los números o los datos. Apenas tiene arreglo. Me paso la vida conociendo a gente nueva que se me presenta con su nombre y apellido y de ordinario no soy capaz de retener ninguno de los dos. Espero que alguna nueva aplicación informática me ponga pronto ante la vista el nombre de la persona con la que en cada caso estoy hablando. Mientras tanto, lo que hago en clase es pedir a mis alumnos que escriban su nombre de pila con caracteres grandes en un papel bien visible y que lo pongan sobre la mesa delante de ellos para que pueda dirigirme a cada uno por su nombre. Eso ayuda a la participación en el aula y confiere a las clases un estilo más familiar.

image1         Con las visitas, lo que procuro hacer es escribir siempre su nombre en un papel que tengo delante sobre la mesa para que no se me borre de la memoria el nombre de la persona con la que estoy hablando. Con todo esto lo que quiero decir es que, a pesar de la pérdida de memoria, se puede vivir con una razonable calidad de vida, si se anotan los nombres y los números y se desconfía del rastro evanescente dejado por esos datos en nuestra memoria. Poco a poco he ido desarrollando esos hábitos y he ido aprendiendo a desconfiar de mi memoria.

mujer-con-la-mano-en-la-cabeza-por-su-olvido         En cambio a lo que no me he acostumbrado nunca es a no recordar dónde he dejado las cosas —las llaves, el pendrive, unos documentos, etc.— cuando por algún motivo —por ejemplo, para tener una mayor seguridad en un viaje— las he dejado fuera de su lugar habitual. Lo peor es que me irrita profundamente esa situación. Me enfada mi estupidez de guardar algo en un lugar tan recóndito o extraño que ni siquiera yo mismo después pueda encontrarlo por no acordarme de dónde lo guardé. Pienso siempre —y me conmueve— en el efecto devastador de la enfermedad de Alzheimer en la que los fallos de memoria llevan inevitablemente a la pérdida de la identidad biográfica.

 dali-la-persistencia-de-la-memoria-copia        «El orden es el que alivia a la memoria» escribió el enciclopedista Diderot. El orden espacial —el que cada cosa tenga su sitio y este sea razonable al menos para nosotros— tiene una importancia vital extraordinaria conforme con el paso de los años la memoria se va debilitando. Cuando se pierde la memoria inmediata, —aquella que los neurólogos llaman la «memoria de trabajo»— resulta muy reconfortante poder encontrar en su sitio lo que necesitamos, aunque no recordemos haberlo guardado antes en su lugar habitual. Tampoco recuerdo qué comí hace tres días y no me cabe la menor duda de que almorcé porque lo hago todos los días. Tenemos bien comprobado que si de modo habitual dedicamos algún tiempo a ordenar las cosas que usamos devolviéndolas siempre a su sitio, la vida nos resulta mucho más gozosa y eficaz.

lkk_900         ¡Qué importantes son los hábitos! Ya Aristóteles advirtió que con esas disposiciones habituales sus actos se hacen con más facilidad, con más rapidez y con más gusto. Por eso me parece muy sabia la recomendación de una colega a su madre —ya mayor— de que deje a la vista siempre todo lo que utiliza. Viene a mi memoria ahora cómo cuando hace veinte años visitamos con Joaquín Lorda en Londres al famoso historiador del arte Ernst Gombrich, ya anciano y en silla de ruedas, se lamentaba de que invertía buena parte de su tiempo útil en buscar los papeles que estaba escribiendo y que se había ido dejando sobre las diversas mesas de su casa. Los hábitos son una ayuda formidable. De hecho, quienes por motivos profesionales tienen que viajar mucho suelen reproducir más o menos exactamente en la habitación del hotel en el que se alojan la disposición de las cosas que tienen en su casa. Así todo les resulta mucho más amable. No tienen que descubrir dónde están las cosas, pues les basta con seguir los hábitos desarrollados durante años.

image6         Cuántas veces olvidamos lo que queremos recordar y, en cambio, nos acordamos de lo que querríamos olvidar. El reciente fallecimiento de Mons. Javier Echevarría, Gran Canciller de la Universidad de Navarra, me hacía muy presente su paternal insistencia en que en nuestra cabeza y en nuestro corazón no podíamos almacenar rencores que amargaran nuestra vida y nos distanciaran de los demás. En este sentido, se me quedó muy grabada en el corazón la petición que me hizo cuando me despedí de él la última vez que hablamos: «Jaime, cuídame mucho más la fraternidad».

Acción Poética         Suele decirse que la palabra «re-cordar» significa «volver a pasar por el corazón». Sería terrible que con el paso de los años la memoria se debilitara simplemente porque estaba ocupada por el resentimiento. La memoria nos tiende trampas cuando nos dice que habíamos dejado algo en un lugar en el que realmente no lo habíamos dejado, pero nos engaña todavía mucho más cuando nos cierra el camino del perdón. «Si pierdo la memoria, qué pureza», escribió el poeta Pere Gimferrer.

Pamplona, 31 de diciembre 2016

Agradezco las correcciones de José de León y Jacin Luna, así como la ayuda de esta con las ilustraciones.

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5 respuestas a Las trampas de la memoria

  1. Me escribe desde Madrid «mi viejo profesor» José Antonio Palacios, que ya ha cumplido los 80 años:

    La pérdida de la memoria tiene también su chispa de gracia: a mí me ha pasado alguna vez estar buscando los lentes que llevo puestos; y sólo me he quedado convencido de que estaban sobre mi nariz, después de comprobar, palpándolos con las dos manos.

    Pero me resisto a ser pesimista. Creo que podríamos establecer dos supuestos: a) Cuando me acuerdo de que no me acuerdo, es que tengo todavía una buena memoria, b) Lo malo es que no me acuerde de que no me acuerdo.

    En cuanto al primer supuesto, tampoco hay que alarmarse: a una cierta edad, la memoria está sobrecargada, y hay que “aliviarla” (qué bonita la expresión de Diderot) con orden, con los hábitos de Aristóteles, con fórmulas mnemotécnicas, con una agenda [“memoria, entendimiento , voluntad y… agenda”] o, simplemente, preguntando.

    Sin olvidar que el primer y principal refuerzo de la memoria reside, como dices en el último párrafo, en el corazón. Me parece haberte escrito en otra ocasión que, de chico, creía que mi padre tenía una memoria prodigiosa, porque cuando le pedía que a la vuelta de su trabajo me trajera cualquier menudencia —un plumín para el dibujo, un bolígrafo rojo, sobres de carta, etc.—, siempre se acordaba. Hasta que ¡descubrí! que no era cosa de su memoria, sino de su corazón de padre bueno.

    En el supuesto segundo, no sé si el desmemoriado sufre; lo dudo. Habrá que esperar a que la medicina dé con la piedra filosofal… Pero lo que sí tenemos todos comprobado es el sufrimiento indecible de sus “allegados” dispuestos a ayudarle. Sufrimiento que puede llegar, por sublimación, a despertar el mejor sentimiento de la condición humana: buscar el bien del otro, no solo sin esperar su agradecimiento, sino procurando que el ayudado ni se entere de la ayuda ajena.

    Lo leí hace años en el muy conocido taco-calendario del Sagrado Corazón:

    Un hombre de cierta edad fue a un hospital para que le curaran una herida que se había hecho en la mano. Tenía bastante prisa. Y, mientras le curaba, el médico le preguntó qué era eso tan urgente que tenía que hacer. El anciano dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer. Llevaba ella algún tiempo viviendo en ese lugar y tenía un Alzhéimer muy avanzado. Mientras acababa de vendarle la herida, el doctor le preguntó:
    —¿Se preocupará su esposa en el caso de que usted llegue más tarde de lo habitual esta mañana?
    —No, —respondió. Ella ya no sabe quién soy. Hace cinco años que no me reconoce.
    —Entonces, si ya no sabe quién es usted, ¿por qué tiene necesidad de estar con ella todas las mañanas?
    El anciano sonrió y dijo:
    —Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella.

  2. Enrique dijo:

    Un día tuve la oportunidad de conocerlo y si me pongo a pensar en las probabilidades de que este suceso tuviera lugar, fue casi un “milagro” del que salí grandemente beneficiado. Lo compruebo el primer día de este 2017 cuando leo —y comparto con mi esposa— su delicioso escrito sobre “Las trampas de la memoria”.

    Me retrata: conoce Ud cada detalle de muchas de mis limitaciones, y me permite darles un nuevo abordaje, más positivo y funcional, incluyendo su sugerencia para identificar a los alumnos en las clases.

    Pero, entreveo en sus líneas una bondad que me conmueve: no es usual en tiempos tan agrestes como este año al que le estamos —recién— quitando las “envolturas”. Me ha hecho pensar muy seriamente —y van varias veces, cuando recibo sus sabias redacciones— además de sonreír al verme identificado.

    Entonces, su escrito es un inusual regalo para comenzar de nuevo.

    Además, debo reconocer que voy a luchar (¡a brazo partido!) por hacer mía su afirmación: “Sería terrible que con el paso de los años la memoria se debilitara simplemente porque estaba ocupada por el resentimiento”

    En el 18 le cuento cómo me fue.

    Abrazo.

  3. Graciela Jatib dijo:

    Querido profesor:

    Me encantó este detallado y tan preciso análisis de todas las particularidades que posee la memoria, para los que tienen el privilegio de almacenar la vida en ese lugar tan misterioso

    Todo eso que describe el texto es una exacta radiografía de los sucesos cotidianos de la mayoría de las personas. El orden es un buen recurso para las opacidades, cuando la memoria se va debilitando, por el paso del tiempo o por la necesidad inconsciente de no almacenar aquello que nos hace trizas el corazón. Contaba hace poco a mis amigos lo que le ocurrió a una vecina anciana: la muerte de su hijo de 48 años le produjo un repentino desajuste en la memoria, algo así como una «demencia senil» y «olvidó» la muerte de su hijo hasta el punto de que todas las tardes sale a la puerta de su casa a esperar que regrese. Esta falta de memoria le está sirviendo para sobrellevar lo que le resta de vida!

    Con respecto a aquello de «volver a traer al corazón», me encanta recordar ese análisis tan perfecto que hace san Agustín sobre la felicidad, preguntándose si el hombre la busca con tanto afán porque acaso ya la conoció y la retiene en la memoria. Refiriéndose a la felicidad, opina en las Confesiones, Libro X: «No sé cómo la han conocido. Por lo mismo tienen algún conocimiento de ella, si bien ignoro en qué noticia se basan. Mi esfuerzo estriba en saber si reside en la memoria. Si es así, significa que ya hemos sido felices alguna vez.[…] Pues no amaríamos la felicidad si no la conociésemos». Gran logro de la memoria retener el recuerdo de lo que nos hizo felices!

    Un abrazo fuerte y gracias por movilizar nuestros planteos internos y profundos.

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