Literatura que cambia la vida

images         Recuerdo como si fuera ayer cuánto me impactó hace casi cincuenta años la lectura de A este lado del paraíso de Scott Fitzgerald. Me deslumbró. «Yo querría escribir así», me dije al terminar el libro. Con el paso de los años, descubrí que su traductor al español había sido Juan Benet, uno de los grandes de la literatura española del siglo pasado. Como alguien dijo, «los grandes libros encuentran a menudo grandes traductores».

         En el viaje en avión que me llevaba a Kenia pude ver la película Genius (2016), traducida en España como El editor image1de libros y en Latinoamérica como Pasión por las letras, sobre Max Perkins, el legendario editor de Scribner’s en Nueva York, descubridor de Thomas Wolfe —sobre el que se centra la película— y mentor literario tanto de Scott Fitzgerald como de Ernest Hemingway, que aparecen brevemente en la historia. La película muestra bien cómo la estrecha colaboración entre Perkins y Wolfe les cambia la vida a los dos y logra que los libros que publican sean mucho mejores.

         Además, en ese mismo viaje pude leer el borrador del libro de mi buen amigo Jaime Despree image2El escritor y su obra en el que, después de identificar las características que debe reunir una novela, somete a una acerada crítica a una buena parte de los premios Planeta y Nadal de los últimos treinta años. Cuando lo leía, me venía a la memoria aquello que dejó escrito Carlos Pujol, miembro habitual de uno de esos jurados, en sus Cuadernos de escritura: «Las probabilidades de descubrir entre las novedades literarias una obra maestra deben de ser las mismas que de encontrar en la calle una bolsa con monedas de oro».

   ¿Por qué hay tantos libros tan malos, tan insoportables? Más aún, ¿cómo es que son premiados con sustanciosas cantidades económicas en unos certámenes supuestamente abiertos a todo tipo de concursantes? Hoy en día, parece claro que esos premios no son más que un reclamo comercial que potencia las ventas y suelen estar destinados a los «escritores de la casa» que en cada caso financie el premio. ¿Qué pensarán —me pregunto— los image6lectores noveles que se asomen a esos libros tan premiados? En el mejor de los casos dirán quizá que la lectura les ha entretenido como si fuera un pasatiempo o un videojuego. En contraste, para quienes hemos podido leer más y tenemos elementos de comparación, esos libros destinados al mero entretenimiento —como son buena parte de los que se encuentran en los escaparates o expositores de las librerías— nos parecen basura literaria, «basuratura», la llama mi amigo Despree.

url         Me parece que en el ámbito de las novedades literarias el bosque no deja ver los árboles realmente valiosos. Comprendo que los escritores tienen que vivir de su trabajo, pero inundar el mercado de basura literaria es contaminar ese espacio creativo que el espíritu necesita para desarrollarse. Me ha impresionado el libro de Betsy Lerner The Forest for the Trees: An Editor’s Advice to Writers en el que describe estupendamente cómo el trabajo de una buena editora puede mejorar tanto el contenido de un libro, haciendo que su calidad crezca muchísimo. «Los correctores de pruebas —llega a afirmar Lerner con cierto énfasis— son los héroes ignorados, los hombres y mujeres que constituyen la última línea de defensa contra la caída de la civilización, tan fiera y exigente es su protección de la lengua inglesa».

image5         Por todo ello pienso que necesitamos libros que nos cambien la vida, obras literarias antiguas y nuevas. Escribir es una tarea de amor y no puede hacerse de prisa ni por dinero. Por eso, necesitamos libros escritos despacio, largamente meditados y corregidos tanto por el autor como por el editor: acertar con el título, hacer atractiva su estructura y su división en capítulos o secciones, eliminar errores, corregir sintaxis y ortografía, aligerar las descripciones superfluas, moderar la extensión del texto, etc. Todas ellas son tareas que requieren profesionalidad, buen gusto y acierto. Para que los libros puedan ser mejores, quizá sea preciso publicar menos nuevos títulos y habrá que decírselo así a las editoriales.

image3         Cada buen libro me parece siempre un milagro. ¡Eso es lo que necesitamos! Necesitamos libros que cambien la vida de los lectores, que la enciendan ensanchando su imaginación y la llenen de sentido. Para entretenimiento nos basta y sobra con las máquinas, los móviles y la televisión. «Un día leí un libro y toda mi vida cambió». Con esta maravillosa frase —quizá la mejor del libro— comienza La vida nueva, la única obra que he leído del premio Nobel de literatura del 2006, Orhan Pamuk. Un solo libro cambió la vida del protagonista de esa novela ambientada en Turquía; muchos libros —escritos, editados y leídos con amor a la literatura— pueden cambiar también la nuestra.

Volando de regreso de Kenia, 14 de enero 2017

Agradezco las correcciones de Jaime Despree, María Rosa Espot y Marisa Garayoa, así como la ayuda de Jacin Luna con las ilustraciones.

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8 respuestas a Literatura que cambia la vida

  1. María del Pilar Gil Espinosa dijo:

    La sociedad está en crisis de valores…; no se persigue la belleza, se persigue ganar dinero lo más rápidamente posible. ¡Que no nos engañen!… Artistas de verdad hay pocos.

    • Despree dijo:

      Simplemente es así. Llevamos tantos años leyendo literatura basura que ya no tenemos paladar para la buena literatura. Vivimos un tiempo de excesos de todo tipo y ahora pretendemos poner remedio con otros excesos de signo contrario (populistas)

  2. Graciela Jatib dijo:

    Estimado profesor:

    Me pasa a menudo con los poemas que aprendimos de memoria en la adolescencia —como el «Si» de Kipling— y que al leerlo en diferentes traducciones sentimos el rechazo de nuestra memoria a cambiar o ensayar nuevas palabras. Sobre todo cuando lo que memorizamos tuvo que ver con momentos especiales de la vida.

    Me he detenido sobre la cita de Pujol: «Las posibilidades de descubrir entre las novedades literarias una obra maestra deben ser las mismas que de encontrar en la calle una bolsa con monedas de oro» y se me ocurrió contarte que en una prestigiosa librería tucumana llamada «La Feria del Libro» hay una mesa de saldos —libros excesivamente baratos— donde se exhiben libros de una editorial económica; en esta mesa conviven para su exhibición Sófocles, Aristóteles, Kafka, García Lorca, Montesquieu, Cervantes, Descartes, Balzac, Platón, Bécquer… Más allá de esta mesa se encuentran los libros “consagrados», los más solicitados y los más caros. Estos son las vidas de la farándula, de los empresarios extravagantes, de los futbolistas —¡Maradona tiene su libro!—, de las actrices porno, libros de “metafísica”, pero no en el sentido aristotélico sino en sentido de actividad paranormal —¡se venden muchísimo!—, vidas de delincuentes que relatan sus experiencias en las cárceles, etc. Todos estos últimos caerían bajo la palabra que inventó tan apropiadamente tu amigo: «basuratura». La pregunta es por qué la gente los prefiere.

    Los dos últimos párrafos me han estremecido porque me han hecho evocar mis primeros libros, esos que me tocaron el alma y que me enseñaron que la literatura es una forma de salvación. Aún hoy recuerdo de memoria algunos párrafos de libros que fueron compañeros insuperables en momentos de alegría, de tristeza, de soledad o de compañía. La famosa «mesita de luz» donde poníamos los libros que iban a acunar nuestros sueños y aquellos sin los cuales no podíamos vivir. Porque vivir era, precisamente, vivir a través de ellos. Qué hubiera sido de nuestras almas si no hubiera existido el refugio de la palabra, que permitió entretejer y sostener los sueños de una vida. Lamentablemente en las habitaciones se ha sustituido la mesita de libros por la mesa del televisor, que se encarga, precisamente, de construir fantasías engañosas que terminan aniquilando al ser humano.
    Me vinieron a la memoria, mientras leía estos dos párrafos finales, aquellas palabras de Borges, en uno de sus prólogos: «Que otros se jacten de lo que han escrito, yo me jacto de lo que he leído”.

    Hermoso texto, profe! Una página de esa literatura de la que tendríamos que apropiarnos para ser mejores de lo que somos.

    • Muy querida Graciela,

      Me ha parecido un comentario maravilloso que enriquece mucho el post. Un gran abrazo.

    • Despree dijo:

      Estimada Graciela, triste pero brillante tu alegato. Lo dramático de la situación actual es que estamos perdiendo el sentido de lo bello, por lo que difícilmente podremos distinguir entre literatura y «basuratura», y lamento haber recurrido a este nefasto vocablo! Pero son precisamente los nuevos medios digitales de comunicación los principales responsables, y en especial las redes sociales y las páginas que ofrecen autopublicar, en especial Amazon. Es abrumadora la cantidad de novelas horribles que inundan la red, escritas por individuos enfermos de vanidad, sin gracia ni talento, pero que son incomprensiblemente admirados por seguidores a su mismo nivel espiritual y mental. A fin de cuentas cada lector tiene el autor que se merece.

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  4. Marta P. dijo:

    Muchas gracias, Jaime, comparto el artículo en LinkedIn y Twitter, me parece buenísimo y muy acertado.
    Para mí es mayor problema perder la sensibilidad por lo bueno que que se publiquen cosas malas.
    No me parece mal que Amazon o Bubok den la oportunidad de autopublicarse, pero la falta de humildad que hay en muchos escritores han convertido estas herramientas en un generador de rollos aburridos y mal escritos, y el escritor que no es humilde, no mejora. No obstante, los buenos al final acaban destacando. O eso espero 🙂
    Muchísimas gracias de nuevo por el artículo.

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