Limpiar el mundo

img_2008         Hace unos pocos meses el magnífico poeta Joan Margarit me dedicó su libro de ensayos Un mal poema ensucia el mundo con estas palabras: «Para Jaime, deseando que encuentre mundos lo más limpios posibles». Inicialmente no presté atención a la dedicatoria, pues había quedado deslumbrado por el título del libro y por el rostro estremecedoramente honesto del poeta arquitecto, curtido por el trabajo y el sufrimiento.

ferlosio-644x362      Leí esta semana una afirmación del escritor Rafael Sánchez Ferlosio que me impactó: «No despreciéis el poder de la fealdad, porque es la puerta de la estupidez y ésta lo es a su vez de la maldad». En mi cabeza fealdad y suciedad vienen a ser lo mismo. Yo procuro alejarme siempre de la suciedad y por tanto de la estupidez y de la malicia: la fealdad viene a ser como el nombre de todo aquello que no quiero en mi vida. En cambio, lo que me atrae de las personas es la belleza de su alma, la limpieza de su corazón, la luz de su inteligencia, la fuerza de su cariño.

img_0384     Me escribía una profesora de secundaria sobre la cita de Sánchez Ferlosio: «Me encanta esa frase. Ayer —me añadía como ilustración— intentaba adivinar la calidad del servicio y del ambiente de trabajo en la oficina de orientación de un Instituto a través del desorden que deja en las estanterías el paso de demasiados interinos, la disposición de los muebles e incluso la fealdad de la decoración, y pensaba para mí: ‘tu casa no la tendrías así'». Me pareció un luminoso comentario. Todos tenemos experiencia de que el orden, la limpieza y la buena disposición de las cosas logran que un espacio nos resulte acogedor, mientras que el desorden, la suciedad o la fealdad lo tornan del todo inhóspito.

         Sin embargo, me dejó pensando la «defensa de la fealdad» que me escribía Nora F., otra valiosa antigua alumna dedicada a la comunicación:

de00050     «A menudo dudo de que la verdad se encuentre siempre en lo bello, porque lo feo es también objeto de expresión y una forma de expresión no menos real ni sincera que la de la belleza. No me parece justo condenar la expresión de lo feo o el poder de la fealdad porque a lo largo de la historia muchos artistas han necesitado expresar lo feo que es el mundo a veces o lo horrible que puede resultar el ser humano como un reflejo de la realidad vivida. No vamos a maquillar siempre la realidad con el arte y, si esta resulta horrible, habrá quien quiera expresarla tal y como la ve. Si expresa maldad, será porque existe esa maldad y si expresa estupidez será porque muchas veces somos así de estúpidos, aunque no queramos reconocernos como tales.

imgres       No encuentro nada despreciable en lo feo siempre y cuando lo feo también me cuente algo. Me pasa también con muchas canciones o bandas, quizá la voz no sea la más bonita ni la más afinada, pero para esa persona es el vehículo de sus emociones; es una voz quizá más amarga, pero más sincera, y me llega más adentro que la de muchos otros con cristalinas voces de Disney. Me ocurre igual con muchos artistas y con el arte.»

         Cuánta profundidad en esa sencilla reflexión llena de experiencia. Efectivamente, basta con pensar en Los horrores de Goya o en tantas fotografías de hechos terribles para advertir que nos dicen mucho y en ese sentido goya6son también bellas, aunque resulten quizás horripilantes. La belleza no es el mundo edulcorado de Disney, atractivo para tantos niños. La esencia de la obra de arte —al menos para Charles S. Peirce y para mí— es el efecto que causa en quienes la contemplan. La esencia de la obra de arte —como la de todos los artefactos— no es algo que esté dentro de ella, sino fuera: es su finalidad. Si escribo un texto maravilloso y lo borro sin que nadie lo haya leído y ni siquiera yo mismo lo recuerde, no hay obra de arte. Si escribo un texto y por lo que sea —por falta de tiempo, de inspiración o de tema— me sale mal y a pesar de ello lo publico, estoy ensuciando el mundo; pero si en ese texto logro escribir hermosamente —quizá de cosas terribles, pero que emocionan a mis lectores— estoy ayudando a que el mundo sea un poco mejor.

img_2013         Dedico una parte importante de mi tiempo a corregir textos de mis alumnos de grado o de doctorado. Casi siempre mi tarea consiste en pulir la redacción, advertir errores ortográficos, sugerir pequeñas mejoras o líneas de posibles desarrollos. A veces pienso que mi trabajo se parece en parte al de quienes se dedican a recoger plásticos y papeles abandonados en la naturaleza o a los padres cuidadosos que se pasan el día limpiando lo que sus hijos pequeños van ensuciando o desordenando.

         En el pasado mes de julio pude estar en el manglar de Tanjung Piai, donde el bosque se adentra en el mar en el extremo más suroriental de Asia. Me impresionó el volumen de plásticos y basuras que el océano en sus grandes avenidas va depositando dentro del bosque convirtiéndolo en 34un vertedero de los desechos que los seres humanos irresponsablemente hemos ido tirando al mar. Lo que esa suciedad denuncia —lo que nos dice— es nuestro grave descuido del entorno natural. Me dio la impresión de que en la batalla de la fealdad contra la belleza podía terminar ganando la primera.

img_2011         Por todo esto, pienso que merece la pena comprometerse a limpiar el mundo, y eso comienza por nuestra casa, por nuestras cosas y, por supuesto, por todos los espacios comunes, incluidos los textos que escribimos. Solo así, como me escribía el poeta, podremos encontrar mundos lo más limpios posibles.

En tren cruzando Los Monegros a 235km/h, 18 de septiembre 2016

P. S. Agradezco las ilustraciones de Jacin Luna y las correcciones y sugerencias de Ana Gil de Pareja y Philip Muller.

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9 respuestas a Limpiar el mundo

  1. María Dolores Nicolás Muñoz dijo:

    Yo creo que la fealdad también cumple su misión en este mundo tan «radicalizado» en la imagen y la apariencia. La fealdad —y no solo si la padeces de algún modo, que los hay muy diversos: de apariencia, de modales, de falta de empatía…— es una llamada de atención, un «tironcillo de orejas», que nos da la realidad para que aterricemos y nos limemos en el bellísimo y harto dificultoso arte de aceptarnos —y amarnos— los unos a los otros. Cierto es que huimos de esas «circunstancias de fealdad» como un gato del agua, pero si Dios ha dado cabida a esa realidad en la Creación, es por algo y es para algo.

    A veces, también tenemos que admitir que la fealdad, ya sea en su faceta visible a los demás, o en la intimidad de la casa propia, es un «mal necesario» en nuestra vida y, queramos o no, tiene un hueco de por sí que nadie le puede quitar. Me quedo con la idea de que no es la fealdad algo negativo, sino que tiene un cometido inexcusable porque misteriosamente nos embellece.

    Muchas gracias por permitirme disfrutar de su post.

  2. Enrique dijo:

    Entreveo una relación bastante directa entre belleza-placer y fealdad-displacer, y esto puede ser causa de la predilección humana hacia lo «bello», aunque las contradicciones surgen a cada paso, cuando encontramos «una bella persona» y frecuentemente su «belleza» se encuentra justamente en nuestro pensamiento, se la otorgamos durante la valoración de su accionar y probablemente por los efectos en nuestra vida de su conducta o desempeño. Ni hablar de una «bella acción»…

    Citando a Nora F. «No encuentro nada despreciable en lo feo siempre y cuando lo feo también me cuente algo» coincido totalmente en este argumento, me resulta especialmente efectivo dentro de los procesos de comunicación en que estamos inmersos cada día de nuestra vida. Solo me resta agradecer estas reflexiones al autor.

  3. Daniel Andrés Tapiero dijo:

    Es interesante la asociación de lo feo a la suciedad. Creo que Gadamer concordaría con Peirce y contigo en la consideración de que la esencia de la obra de arte es el efecto que causa en quienes la contemplan, puesto que la obra de arte siempre está hecha para alguien aunque ese alguien no llegue a contemplarla nunca. En ese sentido, si escribes un texto maravilloso, lo guardas y mueres, tal vez en un futuro alguien lo encuentre y lo contemple; será en ese momento en que la obra de arte cumpla su función, porque de lo contrario —como bien afirmas— no hay obra de arte.

    Por tal motivo coincido en que si escribes un texto y por lo que sea —por falta de tiempo, de inspiración o de tema— te sale mal y a pesar de ello lo publicas, estás ensuciando el mundo. La belleza asociada a la ética es una concepción realmente grandiosa, que no sólo se queda en lo físico. En ese sentido, tanto la belleza física como la espiritual logran su expresión en la manifestación de lo agradable y lo terrible. De este modo, lo feo y lo bello no debe ser mirado desde una perspectiva de tipo capitalista occidental, puesto que esa es la perspectiva que ensucia el mundo, la que lo contamina. Por el contrario, aludiendo a la asociación ética ya mencionada, lo bello produce bienestar (y no confort), mientras que lo feo produce malestar (físico, social); esto mirado en términos comunitarios, de lo cual no se desliga Peirce ni Gadamer, puesto que pertenecemos a un mundo intersubjetivo.

  4. philipmuller dijo:

    Hay dos grandes distopías en las que reina la higiene. Una es Un mundo feliz, donde concebir a seres humanos a la antigua, cuerpo a cuerpo, es sucio, salvaje y poco eficiente. La otra es la película Wall-E, donde de nuevo la vida, el brote de una planta cualquiera que asoma por una bota, es sinónimo de suciedad, enfermedad y, sobre todo, de contagio.

    Frente a estas imágenes que poco a poco cobran vida, afirmo: «Existir, estar sucio».

    Doy muchas vueltas a la limpieza y a la suciedad, a por qué hay personas que conviven con ese grado de suciedad que conlleva existir y por qué otras en cambio no soportan una gota de sudor o que un par de zapatos estén fuera del armario. Imagino que hay personas y personas, pero tiendo a pensar que estas últimas son víctimas de alguna forma de puritanismo.

    Otro argumento (?) en contra de quienes predican la higiene: en un momento de sus diarios, Léon Bloy critica a un sacerdote del que dice que jamás entraría en el portal de Belén por miedo a ensuciarse la sotana. ¿Exagerado? No. Frecuente.

    Y otro más. Mi padre me dijo una vez que tener hijos te cambia del todo la vida, hasta en los más pequeños detalles. Poco después de tener al primero, aceptó que iría con la corbata sucia al trabajo, porque mi hermano mayor siempre la ensuciaba mientras le daba de comer.

    No defiendo oler mal o ir sucio. Pero creo que existir conlleva un grado de suciedad, a todos los niveles. Y está bien. Tampoco defiendo no ordenar nunca nuestra casa, o dejar que esté hecha unos zorros. Quien ama su casa la limpia; yo en la mía sigo la norma de «Anarquistas, sí; desmadrados, no».

    Hay una limpieza que asusta: la de esos sitios tan, tan, tan limpios que sencillamente no tienen hueco para la vida. Esos sitios en donde uno se siente culpable por existir, porque ensucia sí o sí, y donde parece que han hecho de la lejía la mejor arma contra el paso del tiempo.

    Estoy muy de acuerdo contigo en que es bueno amar (y por tanto cuidar y limpiar) de nosotros mismos, de nuestras casas y palabras y del mundo. Debemos ir más allá. Si hay algo que ensucia el mundo hoy día es la forma de vida consumista, típica de Occidente.

    Aquí en Barcelona hay una pintada recurrente: «El capitalismo mata«. Soy de los que piensa que sí, pero al mismo tiempo admito que la muerte es algo demasiado concreto como para echársela en cara a una realidad tan amplia como «el capitalismo». Mate o no, de lo que no hay duda a estas alturas es de que mancha.

  5. Ángel López-Amo dijo:

    Querido Jaime:
    Tu escrito, como siempre, lúcido y acertadísimo. Sin embargo, las palabras que recoges de Nora F. no me parecen del todo acertadas por cuanto encierran un cierto confusionismo. Me explico. La verdad existe tanto en lo bello como en lo feo. La verdad existe en lo que realmente existe, tanto si es bello, como si es feo. Y el artista «cumple» con mostrarnos esa verdad de lo bello o de lo feo. Y si el artista es bueno, su obra será bella con independencia de lo mostrado. El cuadro de Guernica es bello con independencia de su horroroso contenido: es una belleza que nos atormenta sí, pero es belleza.
    Un saludo.

  6. Jordi dijo:

    Es que Nora F tal vez intuye que llamamos “bello” tantas veces a lo que se convierte en su caricatura (o incluso… sátira) cuando intenta sustituir a la belleza: el placer del consumismo cumplido al uso. Tan grande él, el placer, cuando no se reduce a su expresión comercial… Y sin embargo tan ridículo cuando asalta el estatus de la belleza (¡más grande que el “estético” de hoy!) que no le corresponde.

    Y al revés: a Nora posiblemente no le atrajo lo feo de esos relatos de la fealdad que defiende… sino el alma bella que en todo relato verdadero de lo feo asoma y brilla, que es la luz con la que se mira la escena de la belleza escondida. La luz, acaso, que habita el don del narrador o artista, como ocurre en Los Miserables, por poner un ejemplo. La Fantine desdentada –otrora radiante de la belleza del placer joven que le fue ruina– no es fea: es terriblemente hermosa, en su dolor, mujer bella y maltratada. La misma belleza se mira en ella sollozando, porque algo suyo está siendo pisoteado. Esa hermosura escondida, al no poder justificarse por la superficialidad de lo que se aprecia sin esfuerzo (pues faltan los dientes…), revela la fuente oculta que le da origen. El manantial por el que se nos da y tomamos prestada la belleza como pertenencia que es propia y, a la vez, recibida. Tal vez sea ese en ocasiones el mensaje de lo feo que nos conmueve: dos bellezas ocultas.

  7. Graciela Jatib dijo:

    Querido profesor:
    Este texto expresa muchas cosas importantes y profundas que podrían dar lugar a horas de charlas, café mediante. Con respecto al arte y su relación con la belleza, es cierto que el arte no siempre ha sido expresión de lo lindo; podemos visualizar esto, por ejemplo, en la obra literaria de Kafka que tan acertadamente pinta las situaciones límites y retrata la fragmentación y la insignificancia del hombre ante un universo que lo oprime. Kafka retrata la opresión y el sinsentido, hace del arte una forma de denunciar el deambular del ser humano por un mundo que no le da alternativas de salvación. No pinta belleza pero la belleza consiste en la forma en que su narración retrata el dolor y la desesperación. En este sentido, la obra de Kafka cumpliría con una finalidad como obra de arte: dar cuenta de un hombre que vive su cotidianeidad absurda, tratando de entrever un sentido de trascendencia.

    También pienso que la dicotomía belleza / fealdad y su identificación con lo bueno y lo malo aparecen de manera muy explícita en los cuentos para niños, sobre todo a partir de Disney: los bellos son buenos (princesas, príncipes, héroes) y los malos son feos (brujas, ogros, piratas); hay unas cuantas excepciones como, por ejemplo, el Jorobado de Notre Dame, que es feo y bueno! Pero,en general, la belleza está ligada al bien y uno se resiste a imaginar al bien revestido de fealdad. Me viene a la memoria el sermón de El Principito a las rosas esas que no eran «su rosa»: «Sois bellas pero estáis vacías». Quizás aquí podemos encontrar un plus que tiene que ver con la subjetividad: nos parece bello aquello que nos pertenece de alguna manera, como los amigos, los hijos, la gente querida, las cosas aquellas en las que ponemos nuestra pasión.

    ¡Me impresionó leer la cantidad de basura devuelta que arroja el mar a las costas! Es como si la basura, que representa la fealdad, fuera expulsada hacia las costas por atentar contra la belleza del mar.

    ¡Hermoso el tema, profesor! ¡Queda a la espera la tacita de café!

  8. Ana Gil de Pareja dijo:

    Hace poco he estado preparando varios textos y algunos de ellos los he entregado apurando hasta el último minuto, por lo que apenas he podido revisarlos con detenimiento. El resultado no fue del todo favorable: era una aglomeración de ideas sin sentido. Bueno, algo de sentido sí que tenían, pero solo en mi cabeza. Sin embargo, si el lector no podía comprender el texto, el escrito no cumplía su cometido.

    Posteriormente, al releer mi texto quedé asombrada por su sinsentido y me sentí muy culpable por haber entregado un trabajo mal hecho. Es ese sentimiento el que comparto con este post: con mi texto mal escrito estaba contribuyendo a ensuciar el mundo. Puede que la influencia de mis escritos no sea igual a la de un político o un jefe de Estado, pero pienso que todos tenemos algo que aportar al mundo, aunque sea con contribuciones de menor alcance. En mi caso, mi escrito no suponía una aportación que realmente hiciese mejorar el mundo.

    No obstante, mi sentimiento de culpabilidad me llevó a corregir el texto. Hace tiempo, un sabio profesor me dijo que hay que dejar “dormir” los textos, es decir, darse un tiempo entre lo escrito y el escritor. Con un mayor margen de tiempo pude advertir aquellos errores que no pude ver en la primera lectura. El resultado fue muy bueno: un texto que pude publicar con la conciencia tranquila de que no contribuía al empobrecimiento del mundo.

    Este hecho me hizo pensar sobre la realidad del “tiempo” en nuestra sociedad. Son muchas las circunstancias que reflejan que vivimos angustiados por la hora: si llegamos a tiempo al autobús, si acabamos el examen a tiempo, si entregamos los documentos en plazo, etc. En verdad, el ser humano es quien inventó la realidad del tiempo para organizar las distintas actividades de su día a día. Sin embargo, en la actualidad, la situación ha cambiado: el tiempo se está adueñando de la persona. El tiempo nos limita, nos persigue e incluso nos atrapa.

    Considero que no deberíamos dejarnos llevar por la velocidad angustiosa de nuestra época, porque más que falta de tiempo diría que nos falta detenimiento. La sociedad no nos invita a pararnos, sino a realizar sucesivas actividades que no dejen ni una hora suelta en nuestro horario. Quizá sea el momento de ir contracorriente y pararnos a reflexionar. Imagínese que todos y cada uno de los seres humanos nos detuviéramos para escribir lo que llevamos en el corazón. El mundo, indudablemente, sería muy distinto.

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