Vivir para los demás

Apertura de curso, C. M. Monterols, 4 octubre 2023

         Es un honor —emocionante para mí— haber sido invitado a impartir esta lección de apertura del curso académico 2023-24 en el Colegio Mayor Monterols. Hace 51 años, en septiembre de 1972, abandonaba Monterols después de haber completado mis dos primeros años de carrera en la Universidad de Barcelona. Mi emoción está causada en parte por la vivacidad del recuerdo y a la vez por la fugacidad de estos años, que realmente se me han pasado volando.

         El tema elegido para mi lección —que será necesariamente breve— podría ser «Liderazgo y servicio», pero la he titulado «Vivir para los demás«. Hoy en día en este Colegio Mayor se alojan jóvenes profesionales, estudiantes de doctorado y algunos profesores de la Universidad. Además es frecuentado por un buen número de graduados o de estudiantes de últimos cursos que aspiran a dar lo mejor de sí en estos años de su desarrollo profesional. Pensad que vosotros jóvenes estáis llamados a ser en estos momentos los transformadores de la sociedad en la que vivís. El simple hecho de vivir en este Colegio Mayor o de frecuentarlo es una señal de que no os conformáis con una vida egoísta y cerrada sobre vosotros mismos; al contrario, estáis empeñados en aprender, en crecer, para poder servir y cuidar de los demás.

         Mi exposición tendrá tres breves secciones: 1ª) qué es un líder; 2ª) lo que no es un líder; 3ª) cómo mejorar.

1. ¿Qué es un líder?

         Durante siete años fui profesor en Navarra en el primer año de la carrera de Economy, Leadership and Government. Se trata de una carrera con unos alumnos excelentes. Recuerdo que un día me habían encargado algún tipo de charla o sesión en un colegio mayor sobre liderazgo o cosa parecida y le pregunté a una valiosa estudiante de esa carrera, llamada Nicole, que me explicara qué era realmente un líder y ella, una auténtica líder, después de pararse un poco a pensarlo, me contestó rotundamente: «Un buen líder es superexigente consigo mismo y superafectuoso con los demás». Esta es la tesis, por otra parte conocida, que quiero defender en mis palabras.

         Me emociona en particular hablar de este tema en esta casa por la señera figura de san Josemaría, fundador de este Colegio Mayor. Me ha encantado ver un retrato suyo en el presbiterio del oratorio. San Josemaría ha sido uno de los grandes emprendedores, como ahora se dice, del siglo XX. Recibió un encargo de Dios en 1928 y puso toda su vida al servicio de la difusión de ese mensaje que consiste esencialmente —como sabéis— en la santificación del trabajo, de las realidades familiares y sociales, de la vida ordinaria. Por eso me gusta recordar aquella metáfora tan sugestiva que san Josemaría empleó en la famosa homilía del campus de la Universidad de Navarra en octubre de 1967 (a la que yo tuve ocasión de asistir: fuimos muchos catalanes en un tren desde Barcelona): «En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria». Precisamente por las iniciativas sociales y educativas impulsadas por san Josemaría y sus hijos aquí —«a casa nostra» decimos en catalán—recibió el nombramiento de hijo adoptivo de Barcelona en octubre de 1966 por parte del Ayuntamiento.

         Pero volviendo al hilo central de mi exposición, el punto que quiero destacar es que si vivís en el Colegio Mayor o frecuentáis sus actividades es porque queréis capacitaros para aprender a poner vuestra vida al servicio de la sociedad, para ayudar con vuestra inteligencia y vuestro trabajo a hacer un mundo más humano y por tanto más cristiano. Esa transformación de la sociedad requiere personas de gran corazón que, conscientes de sus limitaciones y también de sus virtudes y capacidades, estén dispuestas a liderar el cambio que nuestra sociedad necesita.

         «El buen líder es superexigente consigo mismo y superafectuoso con los demás», definía mi alumna. Me pareció que había dado en el clavo. Qué clara la definición y qué difícil llevarla a cabo. Me añadía «Ser líder [to lead] es ir por delante, empeñarse en ser ejemplar, en mejorar tanto uno como el equipo: no hay límites en esto». Es verdad: un líder es así. Y me venía a la cabeza cuántos gobernantes u otras personas constituidas en autoridad en nuestro mundo no son buenos líderes porque no son ejemplares, ni desean serlo.

         Ser líder no es cuestión de publicidad, de marketing. Ser líder no se elige: te eligen porque eres más humano, mejor persona. Cuántas veces lo vemos en los grupos sociales, por ejemplo, en los equipos de fútbol. El jugador que no se preocupa tanto de su promoción personal, sino sobre todo de querer y ayudar al crecimiento de los demás, se convierte en el líder natural del grupo aunque no lo sepan los periódicos que solo prestan atención a quién mete más goles, quién cobra más dinero o quién hace declaraciones más escandalosas.

         «El líder es superexigente consigo mismo». No está de moda la expresión «exigencia personal», pero todos la entendemos: ir por delante, ser ejemplar, tener un propósito en la vida y poner todas nuestras fuerzas al servicio de esa misión, sin consentirnos dimisiones, abandonos o caprichos. La vida de un líder tiene sentido y su primer frente de batalla está dentro de sí mismo. Me impresionó mucho algo que explicaba J. K. Rowling, la afamada autora de Harry Potter, en su intervención en el Commencement address de Harvard del 2008: «Una de las muchas cosas que aprendí al final de aquel pasillo de Clásicas [Exeter], por el que me aventuré a los dieciocho años en busca de algo que entonces no habría sabido definir, fue esto, escrito por el autor griego Plutarco: «Lo que logramos internamente cambiará nuestra realidad exterior». (Rowling, J. K., Vivir bien la vida, p. 63). Esto es así. La calidad de nuestra vida depende en buena medida de nuestra exigencia personal. No hay rebajas en esto.

2. Lo que no es un líder

         La historia humana nos enseña que hay líderes malos, personas capaces de arrastrar la voluntad de otros, para hacer daño a otros seres humanos, pero a nuestro nivel inmediato más que con líderes malos nos encontramos a veces con malos jefes, que tienen problemas de autoridad y de reconocimiento por parte de los demás. Apelo a la experiencia de cada uno en este tema.

         Desde hace años sigo con atención los escritos del filósofo venezolano Rafael Tomás Caldera. En estos días me llegaba un texto suyo, titulado «Voluntad de sentido». En uno de los primeros párrafos cuenta Caldera que asistió en Caracas hace muchos años a una conferencia del conocido logoterapeuta vienés Viktor Frankl (1905-1997), el autor del conocido libro «El hombre en busca de sentido» (que todos habéis leído y el que no lo haya leído todavía le recomiendo que lo haga este curso).

         Copio lo que escribía Caldera: «En una memorable conferencia [de Frankl] en Caracas, al concluir dijo: Soy psiquiatra y vengo de Viena. Ustedes habrían esperado que comenzara mi disertación citando a Freud. No lo hice. Pero voy a concluirla con una referencia al maestro. Freud dijo que, si se sometía a los seres humanos a una nivelación de las condiciones en las que se encontraban, reaccionarían de la misma manera. No tuvo razón. Esa experiencia se hizo: fueron los campos de concentración donde estuvimos sometidos a condiciones de supervivencia, con hambre, frío, enfermedad y malos tratos. Pues bien, en ese inmenso laboratorio se demostró que mientras algunos hombres se comportaron como felones, los capos, otros se elevaron como verdaderos héroes y santos. Porque el hombre no está determinado por las condiciones, sino que siempre es libre ante ellas, al menos en cuanto a su actitud más personal».

         Han pasado muchos años, nuestra sociedad es muy diferente, pero tiene alguna semejanza con las pretensiones igualitarias de esas comunidades concentracionarias: reglamentación exhaustiva, pensamiento único, mercantilización universal, individualismo egoísta, consumismo anestesiante, etc.

         La respuesta sigue siendo la misma y está siempre a nivel personal: podemos trascender nuestra vida llenándola de sentido si nos volcamos en el cuidado de los demás. El sentido de la vida no está fuera de la vida, no está en el futuro, ni en el pasado: solo en el presente. La atención afectuosa a las personas que tenemos a nuestro lado es la clave para descubrir ese sentido. El amor es el único verdadero dador de sentido. Por eso, como decía mi alumna, el líder es —ha de ser siempre— superafectuoso con los demás.

         Dejadme que os cuente una anécdota de hace unos pocos años. Un grupo de alumnas de Farmacia a las que había dado clase me había pedido que les asesorara para preparar una ponencia para un congreso universitario sobre creatividad. Habíamos quedado en reunirnos en una cafetería y al entrar advertí que en la esquina opuesta al grupo de mis cinco alumnas superelegantes, había un grupo de cinco jóvenes góticas de negro riguroso y con el pelo teñido cada una de un color: rojo, azul, fucsia, verde, etc. Estaba incómodo por el contraste y a los pocos minutos me acerqué al grupo de góticas, les expliqué lo que planeaban aquellas alumnas de Farmacia y les pedí consejo a ellas —que eran muy creativas como sugería el diverso color de sus cabellos— su opinión sobre el tema. Se alborotaron un poco y a los diez minutos hicieron el gesto de que se iban y se nos acercó la líder del grupo y nos dijo: «Mucha gente pequeña en lugares pequeños haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo». Probablemente ella no sabía que se trataba de una frase del autor uruguayo Eduardo Galeano, pero realmente fue la salvación para el trabajo de aquel grupo que estaba atascado en la elección del tema para su ponencia y acabó centrándose en esa frase. «Mucha gente pequeña en lugares pequeños haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo».

         Preparaba este texto en un viaje en tren a Salamanca con cambio de estación —de Atocha a Chamartín— en Madrid. Vino a recogerme a la estación Julio, un buen amigo, con un pequeño coche eléctrico tipo Smart encantador. Sobre el salpicadero tenía un letrero que decía «Living for others», justo el tema sobre el que estaba escribiendo esta lección. Me dijo que era el lema de una ONG de Cooperación Internacional: Vivir por otros y para otros. No se trata de frases bonitas, sino de llenar nuestra vida de un sentido de misión, configurarla al servicio de los demás: solo así puede llevarse una vida realmente feliz.

3. Cómo mejorar

         La semana pasada leía un hermoso libro que me ha regalado Lucas de la Rubia, un interesante escultor madrileño. Se trataba de una entrevista extensa sobre cómo ser creativo, o mejor dicho, la reflexión del artista sobre su proceso creativo. Me llamó la atención cómo contaba que, desde su última crisis, había comenzado a hacer meditación personal y eso le había ayudado mucho a restaurar la fuente de su creatividad. Así es, líderes que me escucháis, para mejorar en vuestra tarea lo primero es cultivar vuestra vida intelectual.

         Desde hace siglos la vida intelectual ha sido caracterizada como aquel tipo de vida en el que toda la actividad de la persona está conducida por el amor a la sabiduría, por el amor sapientiae renacentista, por la búsqueda de la verdad. Lo que más nos atrae a los seres humanos es aprender: «Todos los hombres por naturaleza anhelan saber», escribía Aristóteles en el arranque de su Metafísica. Como el aprender es actuación de la íntima espontaneidad y al mismo tiempo apertura a la realidad exterior y a los demás, la vida de quienes tienen esa aspiración a progresar en la comprensión de sí mismos y de la realidad, resulta de ordinario mucho más gozosa y rica que la de quienes no tienen esa aspiración. No hay crecimiento intelectual sin reflexión, y en la vida de muchas personas no hay reflexión si no se tropieza con fracasos, conflictos inesperados o contradicciones personales. La primera regla de la razón —insistió Charles S. Peirce una y otra vez— es «el deseo de aprender». La experiencia universal muestra que quien desea aprender está dispuesto a cambiar, aunque el cambio a veces pueda resultar muy costoso.

         Este es el primer consejo práctico para mejorar vuestra capacidad de liderazgo: pensar más, y para ello lo que siempre recomiendo es escribir. Poner por escrito lo que pensamos nos ayuda a reflexionar y a comprometernos con lo que decimos: «Escribir —dejó anotado Wittgenstein con una metáfora de ingeniero— es la manera efectiva de poner el vagón derecho sobre los raíles». Todos habéis comprobado la pesadilla que es tener un jefe irreflexivo o que cambie de parecer cada dos por tres, en función de lo que le ha dicho la última persona con la que ha hablado.

         El segundo consejo es todavía más importante, pero tiene que ver mucho más de lo que parece con el primero, porque la escritura es una tarea de amor. Mi segundo consejo es querer más a las personas que tenemos a nuestro alrededor, en la familia, en el trabajo o incluso en aquellos que van a recibir el influjo de lo que hacemos: clientes, pacientes, alumnos, usuarios, lectores. El buen líder es superafectuoso con los demás. Nuestra cultura ha privilegiado la racionalidad y muchas veces ha desatendido lo que más nos importa a los seres humanos que es el querer y el sentirnos queridos.

         Con esto lo que estoy diciendo es que para mejorar nuestra formación como líderes, como verdaderos transformadores de la sociedad, hemos de pensar más y hemos de querer más a los demás. Esto último significa también empeñarse en escuchar a los demás y en aprender de ellos. El líder muchas veces no sabe más que aquellos a quienes lidera, a aquellos miembros de su grupo, pero tiene que ir por delante en el afecto, en el reconocimiento.

4. Conclusión

         Con estas palabras al comienzo de un nuevo curso académico, he querido animaros a comenzar a cambiar vuestra vida desde vuestra propia realidad, si fuera el caso, saliendo de lo que ahora se llama la zona de confort, para abriros así decididamente a los demás. Quienes queremos mejorar el mundo hemos de comenzar por nosotros mismos. Es verdad que abrirnos a los otros nos hace vulnerables, pero si nos decidimos a cultivar la amistad y el diálogo con los demás no solo podremos muchas veces ayudarles, sino que a menudo disfrutaremos más, seremos más felices.

         Se trata de un tesoro por descubrir: tanto el diálogo afectuoso que enriquece nuestra vitalidad interior y nuestro trato, como la comprensión de los demás son el anverso de la exigencia personal que debe proponerse quien quiera ser líder. Como decía aquella valiosa alumna y merece la pena repetir: «El buen líder es superexigente consigo mismo y superafectuoso con los demás».

Muchas gracias por vuestra atención.

Monterols, 4 octubre 2023

Agradezco las correcciones de María Rosa Espot y Sergio Lacoma, y la ayuda de Jacin Luna y Hugo Carretero con las ilustraciones.

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario