¡Vacaciones! ¡Vacaciones!

         Como tantos millones de personas en el hemisferio norte, en las próximas semanas haré mis primeras vacaciones en dos años, después del confinamiento y de los meses de restricciones sanitarias que tanto han limitado nuestra movilidad. Igual que en otros veranos anteriores, he optado por subir a Astún, en el Pirineo de Huesca: un lugar recóndito en el que termina la carretera, justo en la frontera con Francia, sin apenas nadie en verano, con unas vistas espectaculares del imponente macizo del Aspe (2.640 metros).

         Lo que más necesito —me parece— es el silencio de las montañas. En un lugar como Astún, de gran belleza natural, podemos reencontrarnos con nosotros mismos si nos desconectamos prudentemente de los acontecimientos mundanos, de los periódicos, la televisión y las redes sociales, y centramos nuestra atención simplemente en contemplar tranquilamente el magnífico entorno y disfrutar de él.

         Además, tiene un papel importante en mi descanso la lectura de libros que no he podido leer en la trepidación de los meses anteriores. Me llevo diez libros conmigo este verano. También valoro mucho en estos días la escritura amable a los amigos, que he tenido quizás algo abandonados en los meses precedentes. En particular, para mí las vacaciones son un tiempo para intentar estar más cerca de Dios: mis alumnos suelen decir que me voy de retiro, y no les falta razón, pues las majestuosas montañas del Pirineo y su impresionante silencio me ayudan a sentirme a solas con Dios y a intentar escucharle en mi corazón.

         Este estilo de vacación contrasta quizá con el favorecido por las agencias de viajes, que requieren del pobre turista el cambio constante de un sitio a otro, el visitar muchos lugares, el bañarse en muchas playas diferentes. Para mí, en cambio, en las vacaciones puedo estar las tres semanas sin salir siquiera del mismo valle de alta montaña. Se trata de hacer pocas cosas, de hacerlas despacio, por amor, con amor. Quizá podemos evocar aquí la sabia letrilla de Machado que a mí tanto me ayuda: «Despacito y buena letra: / el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas». ¡Cuánta sabiduría encerrada en tan pocas palabras! Me parecen particularmente útiles para enfocar bien las vacaciones y recuperar así las fuerzas gastadas para poder afrontar con ánimo renovado el siguiente curso.

Hotel Europa, Astún, Huesca, 24 de junio 2021.

Agradezco la ayuda de Jacin Luna con las ilustraciones.

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Una respuesta a ¡Vacaciones! ¡Vacaciones!

  1. Hugo Carretero dijo:

    Muy querido Jaime,

    No puedo estar más de acuerdo con tu enfoque. Para mí las vacaciones son precisamente eso que solemos desearnos: un merecido descanso. Se ha puesto de moda viajar cuanto más lejos mejor, no sé si para decir que se ha estado en un continente entero o por qué (he ido a Nueva York, esto es, he ido a «todo» Estados Unidos; he viajado a Senegal, es decir, he visitado «toda» África). Y quizá sólo se haya visitado un barrio de la ciudad o un par de pueblos pequeños; generalmente lo que las guías dicen que «hay que ver» y que está abarrotado de gente.

    En estos tiempos pandémicos la gente necesita aún más movilidad y el que pueda la va a maximizar. Luego vuelven más cansados de lo que han ido, y muchos sufren el síndrome post vacacional. Que no sé si es que echan de menos semejante ajetreo o que vuelven tan cansados que les agota volver a su anterior rutina.

    Hace muchos años, creo que cuando me diste clase, comentaste algo curioso: lo pasabas mejor planificando las vacaciones que en sí en los días de vacaciones. Igual es un poco drástico pero sí, el trajín de andar de un lado a otro, sobre todo con calor, nos suele estresar, y pensando lo que vamos a hacer solemos ser felices.

    Yo solía ir a Alicante. Prácticamente no hacía nada. Algún día iba a la playa, o me sentaba a leer en un parque. Siempre con lo mínimo: me acercaba a la orilla, me quitaba la camiseta y las chanclas, las dejaba en la arena húmeda, y me daba un baño; salía del agua, me sentaba sobre esa arena húmeda y cuando la piel me tiraba me volvía a bañar. Al segundo o tercer baño daba por acabada la jornada de playa; me calzaba, me ponía la camiseta y me iba tranquilamente a casa a darme la ducha de rigor. Ni toalla llevaba. ¿Para qué? Luego ves al resto, que acarrean neveras, sombrillas, varias toallas, la radio, la revista… y el móvil, claro. ¿Tantas cosas necesitamos para estar bien?

    Que disfrutes mucho tu estancia en Astún. La vas a saborear mucho más que cualquier «clase media» que gasta sus ahorros de un año para viajar a Punta Cana… para ir, como bien dices, corriendo de playa en playa.

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